Desde estas hojas venimos denunciando que la mayor parte de las organizaciones, partidos, sindicatos y movimientos sociales del campo popular, frente a la situación de emergencia que estamos viviendo, no proponen otra salida en la práctica que la “democracia”.
Desde el 15M a Izquierda Unida, de CGT a Podemos, de las distintas “mareas” al Frente Cívico-Somos Mayoría, sin olvidar a las burocracias de CCOO y UGT (ni a los supuestos “revolucionarios” de Izquierda Anticapitalista y En Lucha), todos hablan el mismo lenguaje: “empoderar” a la ciudadanía para recuperar la soberanía popular, refundar la democracia, iniciar un proceso constituyente, etc, etc.
Esto
es así porque, implícitamente todos consideran que lo que está en
cuestión no es el mismo sistema capitalista. Todo lo contrario, para
la inmensa mayoría de las organizaciones obreras, populares y de
“izquierda”, lo que estamos sufriendo es el resultado de
maniobras extraeconómicas, de malas políticas de sectores
oligárquicos, los banqueros, “el 1 %”, los especuladores, los
políticos corruptos, etc. Por eso, cuando los gobiernos justifican
sus medidas antiobreras y antipopulares como exigencias de la crisis,
ellos responden que es falso, que no es una crisis, que es una
“estafa”.
Y
los economistas de guardia del movimiento, Vicenç
Navarro, Juan Torres y Alberto Garzón
lo ratifican: si se pusieran en práctica medidas keynesianas de
recuperación de la demanda, del estilo de mayores salarios y no
recortar subsidios de paro, jubilaciones, etc, no sólo se
recuperaría nivel de vida, sino que la economía se reactivaría en
beneficio de la mayoría (incluyendo
la mayoría de capitalistas)
mientras que sólo saldrían perdiendo la minoría de especuladores,
banqueros y corruptos.
Rajoy
dice que la situación económica le impone las medidas,
independientemente de lo que él quisiera hacer. Tiene razón en que
no hay ninguna “estafa”, el capitalismo está en crisis de
verdad, y no una cualquiera, sino la segunda más profunda de su
historia. Y es cierto que no hay que apretarle mucho para que aplique
una política que es la suya. Es un defensor nato del capital. Pero,
echemosle imaginación, pongamos que se le echara cuenta a los 15M,
IU, CGT, Podemos, etc y aumentara el gasto público, los impuestos a
los ricos, etc, es decir, una política keynesiana. A esto, la
burguesía respondería con huelga de inversiones, fuga de capitales
y cierres patronales masivos. Es decir una
situación de la que no se podría salir salvo cediendo a las
presiones del capital... o aplastándolo mediante la expropiación
general. No hay más que dos opciones posibles, neoliberalismo o
anticapitalismo, cualquier “tercera vía” no sólo es reformista,
es utópica.
Es
que ante
esta crisis no hay más que dos salidas: o la salida capitalista, que
se resume en mayor explotación para recuperar la acumulación de
capital, o la salida socialista que implica acabar con el
capitalismo, con la propiedad privada.
Una
salida beneficiosa para los trabajadores pero que mantenga al
capitalismo,
como la propuesta por Navarro, Torres y Garzón, es imposible.
Qué
está pasando
La
crisis financiera que se desencadenó en los EEUU en 2007-8 a raiz
del hundimiento de los títulos ligados a las hipotecas subprime no
tenía en sí misma nada de especial. Se enmarcaba en la serie
de burbujas financieras que fueron explotando sucesivamente desde
1987
(el mayor crack de la bolsa de la historia): efecto tequila (1994),
crisis financiera asiática (1997), default de Rusia (1998),default
de Argentina (2001), debacle de las “punto com” (2001)... Pero la
crisis de las hipotecas subprime estuvo a punto de arrojar a la
economía capitalista mundial a la depresión más profunda desde
1929. Si
no lo hizo fue porque todos los gobiernos del mundo, empezando por el
propio gobierno “neoliberal” de EEUU encabezado por Bush,
llevaron
a cabo la mayor operación de salvamento que haya visto el
capitalismo en su historia.
Todos los países capitalistas importantes inyectaron cifras
fantásticas en sus sistemas bancarios con el objetivo de hacer un
cortafuegos, parar las bancarrotas y evitar la depresión. En EEUU,
tras el susto de dejar quebrar a Lehman Brothers, Bush hizo el plan
TARP en 2008. En España Zapatero inyectó millones a los bancos en
2011 mediante el FROB (y en 2012, con Rajoy, hubo un rescate a la
banca desde la UE).
Las
consecuencias se siguen arrastrando 7 años después. Las
crisis de la deuda y del euro en gran parte han sido causadas por
este gasto monstruoso. Las pérdidas de la banca se socializaron para
impedir la bancarrota general, pero eso condujo a que todos los
estados acaben profundamente endeudados y tengan que recurrir a
recortes masivos de sus presupuestos para recuperarse.
Esto es verdad en España, Grecia, Portugal, pero también en Francia
y EEUU.
En
el imaginario popular, la crisis empieza justo aquí, cuando se
recortan los servicios sociales públicos. “Recortes” se ha
convertido en un sobrenombre popular de la crisis. La
oleada de cierres y despidos desde 2008 cuya causa inmediata fue la
falta de crédito,
que afectaron y afectan principalmente a la mano de obra industrial,
han pasado más desapercibida socialmente hasta que su efecto en el
aumento del desempleo ha sido apabullante. Aunque son un factor
fundamental en el exacerbado crecimiento de la pobreza, los
cierres no han desatado una oleada de luchas obreras.
El miedo al despido ha prevalecido. Las burocracias sindicales de
CCOO y UGT lejos de combatir este miedo lo han apuntalado con su
actitud de “aceptar lo inevitable y sacar lo que se pueda”,
firmando los ERE´s, llevando a los trabajadores a luchar por mayores
indemnizaciones en lugar de contra los despidos y cierres, cobrando
suculentas comisiones por ello y, cuando la presión era alta,
convocando huelgas generales que la liberan sin llegar a parar las
medidas por falta de continuidad.
El
discurso mayoritario entre los activistas comienza aquí. El
estado justifica los recortes con la “crisis” pero se gastó el
dinero regalándoselo a los bancos en vez de rescatar a las personas.
Cierto.
El problema es que ahora hay que explicar porqué el estado dio
dinero a los bancos. La mayoría lo explica por la corrupción, por
la necesidad de pagar favores, etc. Parece algo muy radical, pero en
realidad es un embellecimiento del capitalismo, porque esto equivale
a negar
la crisis mortal en la que éste se haya sumido. Es que no reconocer
la profundidad de la crisis equivale a pensar que el capitalismo es
un modo de producción sano y sólido, que ha funcionado mal debido
al carácter corrupto y “malvado” de los que se encuentran a su
frente, pero que como modo de producción aún tiene un gran futuro
por delante.
Capitalismo
y crisis
Las
crisis económicas no son hechos “externos” al capitalismo, sino
parte del mecanismo de su funcionamiento.
Los modos de producción anteriores no conocían otra crisis que la
de subsistencias, producida por una mala cosecha, catástrofe natural
o guerra. En esas crisis esclavistas o feudales faltaba de todo. El
nuevo tipo de crisis, la crisis de sobreproducción, en la que se
producen despidos masivos pero no falta de nada, hay de todo pero en
los almacenes pero nadie tienen dinero para comprarlo, es
característica exclusiva del capitalismo. Asombró mucho a
principios del siglo XIX, aunque ahora estemos tan acostumbrados a
ellas.
Conforme
el capitalismo se iba extendiendo a más países y al mundo entero,
fue quedando claro que las crisis cíclicas eran un producto de su
funcionamiento y no de factores externos. Exactamente cómo se
relacionaban las crisis con dicho funcionamiento era motivo de
polémica, entre los economistas y también en el movimiento obrero.
La
polémica se debía a que las principales variables que definen al
capitalismo, el valor, la tasa de plusvalor, la composición orgánica
del capital, etc, no son visibles directamente, no aparecen en las
estadísticas. En su lugar vemos precios, salarios, tasas de interés,
etc. Era necesario ver a través de estas apariencias para descubir
el mecanismo interno; eso fue lo que Marx hizo en “El
capital”
y en los “Grundrisse”.
Su conclusión fue que conforme avanza la acumulación del capital,
conforme el capitalista extrae beneficios que no son más que
plusvalor, trabajo no pagado de sus trabajadores, y los reinvierte
convirtiéndolos en capital nuevo, va aumentando la productividad del
trabajo, es decir, va produciendo más productos con menos trabajo
directo. Pero esto es lo mismo que decir que el mismo número de
trabajadores, trabajando las mismas horas, movilizan más trabajo
muerto, más maquinaria, materias primas, etc, por unidad de
producto. Desde luego, el aumento de productividad abarata también
estos elementos del capital. Pero es una carrera que no pueden ganar.
Como lo que interesa al inversor es la tasa de beneficio, es decir,
cuánto va a ganar invirtiendo un monto determinado de capital, y
como de ese monto la parte que se gasta en trabajo (salarios) es
continuamente menor porque hay proporcionalmente menos trabajo y más
maquinaria, etc, y como la fuente de beneficio es sólo el trabajo
vivo,
habrá un momento en que la tasa de beneficio bajará.
Sin esperar a que baje efectivamente, sólo
la espectativa de su descenso detiene las inversiones, que es el
fenómeno que está en la raíz del comienzo de la crisis. Así,
para Marx, la crisis no se debe a factores de mercado, a que los
salarios sean demasiado altos ni a que sean demasiado bajos. La
crisis aparece como resultado necesario del mismo proceso de
acumulación de capital,
que pone en funcionamiento toda la capacidad productiva del trabajo
combinado y la tecnología pero luego pretende medir sus resultados
con la ridícula vara de la rentabilidad.
Planteado
el problema obtenemos la solución. La tasa de beneficio se obtiene
dividiendo el beneficio total por el capital total invertido para
obtenerlo. Para aumentarla hay que aumentar el numerador y reducir el
denominador. Si el problema es que el trabajo disponible, a la tasa
de explotación corriente, no puede producir trabajo no pagado
suficiente para hacer rentable la cantidad de capital que tenemos, la
solución es actuar por los dos lados de la fracción. Desde el lado
del trabajo, hay que exprimirlo más, deben
trabajar más horas por menos para producir plusvalor suficiente.
Y desde el lado del capital, hay que abaratar
la materia prima
(apretar las tuercas a los países dependientes) y eliminar
capital no productivo
(cierres, bancarrota de ramas enteras de la economía). Todas
las políticas de los gobiernos de la UE, de EEUU, de Japón, etc, se
resumen en esta sencilla fórmula.
No
es una crisis más, es una crisis histórica
Lo
anterior es un planteamiento abstracto. Es el punto de partida
necesario pero insuficiente para comprender las situaciones
concretas. En el siglo XIX las crisis económicas en Inglaterra, por
ejemplo, solían conducir a bancarrotas y cierres que arrojaban al
paro y la miseria pero eran suficientes para reanudar la acumulación
(“salir de la crisis”) de forma relativamente rápida. El
capitalismo era aún joven.
Pero
conforme vamos entrando en el siglo XX, en los países capitalistas
más avanzados, la cantidad de capital, la razón capital por obrero,
es tan alta, que incluso tras recuperarse de una crisis con algunos
despidos, bajadas de salarios y alguna bancarrota, en
poco tiempo el sistema se encuentra al borde de la sobreacumulación
de nuevo.
El peligro de crisis se va haciendo crónico no por la pobreza sino
por lo contrario. El
capitalismo ha aumentado tanto la riqueza, la productividad social,
que no puede mantenerla dentro del caparazón de la propiedad
privada.
Sería posible que todos disfrutasen de esa riqueza mediante la
reducción radical de la jornada laboral, pero eso no es posible más
que en el marco de la propiedad social. En el marco capitalista, con
propiedad privada, reducir la jornada sería aún peor, sería
disminuir el beneficio cuando lo que necesitan es lo contrario, no
para avanzar sino siquiera para seguir como estaban.
La
primera gran crisis mundial fue la de 1873, pero se salió de ella
mediante la expansión colonial imperialista. Esto no fue más que un
expediente temporal y acabó estallando, hace ahora 100 años, la
Primera Guerra Mundal (1914-8). Y ni ella fue suficiente.
Tras
la breve recuperación de los “felices años 20”,
en 1929 estalló la crisis más profunda de la historia del
capitalismo.
En un año el producto industrial bruto de los Estados Unidos cayó a
la mitad, cuando hoy una caída del 1% causa desastres. Esta crisis
tensó los antagonismos hasta el máximo, se extendieron el fascismo
por un lado y la revolución proletaria por el otro. Tanto los países
fascistas como los Estados Unidos de Rooselvelt intentaron resolver
la crisis capitalista con más intervención estatal, el remedio que
Keynes popularizó. Esto ha dado lugar a la
ilusión óptica de que estos medios resolvieron la crisis. Es falso.
Lo que permitió al capitalismo recuperar la acumulación
en los años 1950 (desde 1940 en los EEUU) fue
la destrucción masiva causada por la IIª Guerra Mundial.
En
una bancarrota “normal” se destruye capital porque sus elementos
físicos pierden su valor; la máquinas y talleres se convierten en
chatarra o se malvenden, pero siguen existiendo. En una guerra tan
destructora como la 2ª Guerra Mundial el capital se destruyó
físicamente a escala masiva. Eso por lo que respecta al denominador.
En cuanto al numerador, el fascismo, el racionamiento de guerra, etc,
abarataron enormemente la fuerza de trabajo y por lo tanto
proporcionaron el trabajo no pagado, el plusvalor necesario para
valorizar el capital restante.
Así
que el
boom de posguerra,
los
“treinta gloriosos”,
el período de mayor crecimiento del capitalismo en su historia, el
período de la “opulencia” en los países imperialistas que
vieron el establecimiento del “estado del bienestar”,
precisamente el período histórico cuando en los principales países
capitalistas del mundo (no en España, que languidecía bajo el
franquismo) desaparecía el paro, los salarios eran altos, había
gran protección social y se hablaba del “fin de las
contradicciones”, la “sociedad de la abundancia” y que “la
clase trabajadora se ha aburguesado, se ha integrado en el sistema”,
todo esto tuvo
como premisa la mayor matanza de la historia,
con millones de muertos, bombardeos vesánicos de la población
civil, Auschwitz e Hiroshima. Y el Boom se produjo teniendo como
telón de fondo la “guerra fría”, la carrrera de armamentos y la
amenaza permanente de destrucción nuclear.
Como
no podía ser de otra manera, la prosperidad de los años 1950´s y
1960´s acabó conduciendo a la crisis.
El mismo mecanismo que antes bosquejamos marcó un alto a la
acumulación. Aunque la fecha simbólica sea la de 1973,la de la
crisis del petróleo, en realidad el crecimiento ya iba perdiendo
velocidad. Tras alguna vacilación, el
conjunto de la clase dominante cambió bruscamente de política.
Durante los años 40 las políticas keynesianas fueron adoptadas en
todos los países imperialistas por todas las fuerzas políticas
burguesas, tanto de “derecha” como de “izquierda”. No sólo
eran ideológicamente útiles, permitiendo conquistas sociales para
los trabajadores que servían para que no buscasen modelo en la URSS
o en los demás estados obreros deformados que entonces proliferaron
en Europa del Este y Oriente. También eran funcionales para el
capital, abaratando insumos mediante la nacionalización de la
electricidad, etc. Por eso el “estado del bienestar” fue montado
en Gran Bretaña por la “izquierda” laborista pero en Francia por
la derecha Gaullista y en Alemania por la derecha cristiano
demócrata. Por eso todavía en 1971 el presidente norteamericano
Nixon (republicano de derechas) pudo decir “hoy día todos somos
Keynesianos”. Los
buenos resultados económicos ocultaban que los altos beneficios no
eran tanto un resultado como una premisa de estas políticas.
Sin
embargo, a
la altura de los años 70,
con diferencias entre países pero como fenómeno general, la
economía capitalista mundial se encontraba de nuevo
sobrecapitalizada, pero a una escala inimaginable en 1929.
Estalló lo que los economistas burgueses llamaron “crisis de
oferta”. A los capitalistas les parecía que todos los insumos,
máquinas, materias primas y sobre todo, salarios, eran demasiado
caros. Si intentaban obtener los mismos beneficios que antes, se
desataba la inflación. Era necesario reducir los costes: bajar
salarios, recortar conquistas sociales, recortar el presupuesto del
estado, devolver sectores rentables al capital privado y cerrar los
no rentables; en
una palabra, la burguesía mundial pasó del keynesianismo al
“neoliberalismo”.
Fue un cambio brutal. Todos los partidos defensores del capitalismo,
incluyendo los de “izquierda” se hicieron neoliberales.
La
historia económica del mundo desde 1973 es la de un impulso cada vez
mayor a liquidar todo lo público, a abaratar los salarios,
flexibilizar el empleo, acabar con el salario indirecto (educación,
salud...) y convertirlo en servicios privados de pago, etc. El
acontecimiento más espectacular en este camino fue la
restauración del capitalismo en los estados obreros burocratizados,
resultado del paso de la burocracia stalinista, que parasitaba la
propiedad estatal a hacerse propietaria privada de los medios de
producción. Esto
fue una verdadera catástrofe,
la Rusia de Yeltsin sufrió una caída del PNB al 50% (¡sólo
comparable a la de los EEUU en 1929!), industrias completas se
redujeron a polvo, pero abrió nuevos campos de inversión al
capital. Todo sucedió paralelamente a los “planes
de ajuste estructural”
que el Fondo Monetario Internacional imponía en América Latina,
Africa y Asia. Todo
esto dio un respiro al capitalismo. Hubo cierta recuperación en los
80 y 90, (que
esta vez sí alcanzó a España)
aunque puntuada por crisis.
Pero
las recuperaciones han resultado de corto alcance. El fenómeno más
llamativo durante las últimas décadas del siglo XX ha sido la
enorme expansión del sector financiero.
Las transaciones internacionales en monedas y títulos llegaban a ser
cientos de veces mayores a las que se daban en mercancías reales. De
nuevo, esto es un fenómeno en la superficie, cuya causa debe
explicarse. Y
la causa es que, aunque la ofensiva antiobrera neoliberal mundial
consiguió aumentar los beneficios a costa de la clase trabajadora,
este aumento no fue suficiente para sostener una reanudación de la
acumulación. Los beneficios se canalizaban hacia la especulación
porque no bastaban para volcarse en la producción.
Esto no puede significar más que una cosa. El
aumento de la explotación y la liquidación de capital deben ser aún
mayores.
Como dijo el malogrado Jesús Albarracín “tienen que avanzar
kilómetros pero sólo han avanzado metros”.
Entonces,
la crisis que estalló en 2007 no es un rayo en un cielo sereno. Es
una
nueva manifestación, cualitativamente más grave, de que el
capitalismo mundial sufre de sobreacumulación desde los años 70. En
realidad es un recordatorio de que está viviendo de prestado, de que
su tiempo se acabó ya.
Hubo una época en la que el capitalismo fue progresista: fue cuando
elevó enormemente la productividad del trabajo con respecto a los
modos de producción anteriores. De ese modo creó la
posibilidad objetiva de una sociedad sin clases en la que toda la
población disfrutase de los beneficios de la civilización.
Pero hace tiempo que ya no es así. No
es que el capitalismo esté estancado, que sea incapaz de desarrollo.
Nos parece que esa concepción, muy difundida en círculos
revolucionarios, ha sido desmentida claramente por los hechos. Nunca
en toda su historia el capitalismo pasó por un período de
acumulacion más acelerado, de elevación mayor de la productividad
del trabajo y por lo tanto de crecimiento de las fuerzas productivas
de la sociedad, que durante los “30 años dorados” 1940-70 (en
EEUU, para Europa y Japón son 20 años, 1950-70). Es decir, bastante
después de que la 1ª Guerra Mundial y la Revolución Rusa
anunciaran que su tiempo ya acabó. El
problema es que cuanto más se desarrolla el capitalismo, cuanto más
se acumula, cuánto más eleva la productividad social, más agrava
su problema, más agudiza la tendencia a caer de la tasa de ganancia,
más severa será la crisis.
Las crisis periódicas del siglo XIX eran destructivas pero rápidas
y se reanudaba la acumulación. La crisis del final del siglo XIX
duró casi 20 años pero se resolvió con el imperialismo y dio lugar
a varias décadas de expansión económica. La crisis del 29 se tuvo
que resolver con fascismo y una nueva guerra mundial, la más
destructiva de la historia. Esto dio lugar al boom más prolongado de
la historia del capitalismo que estamos pagando con la crisis
reptante más duradera; en el fondo seguimos arrastrando la crisis de
1973, cada paso en su resolución capitalista ha conducido a burbujas
cuyo estallido ha agravado aún más la situación. El
balance es claro, el capitalismo es incapaz de domar las fuerzas que
ha puesto en movimiento. Crecientemente muestra su capacidad de
agotar, de destruir al planeta, hunde en la miseria y el hambre a
continentes enteros, quita con una mano en un momento lo que ha
tardado décadas en dar con la otra, combina la astronómica
elevación de la productividad del trabajo con las jornadas laborales
más largas de la historia para la minoría “privilegiada” que
consigue un trabajo.
Y ni por esas levanta cabeza, necesitaría muchísimo más, más que
fascismo, más que una guerra mundial para hacerlo. Necesitaría
una destrucción tal para reanudar la acumulación que correría el
riesgo de destruir la civilización y arrojarnos a la barbarie.
¿Es
inevitable el hundimiento del capitalismo?
El
grueso de las fuerzas de izquierda, obreras y populares suelen
desechar estos argumentos como “economicistas” y “deterministas”.
Dicen, y no les falta razón, “llevamos décadas diciendo que el
capitalismo se cae, pero no lo hace”. Cuando se les responde que el
capitalismo no se cae solo, que hay que hacerlo caer, responden
“entonces,
¿para qué sirve todo el resto del razonamiento? Si hay que tirarlo,
para qué toda la palabrería sobre el “capitalismo que se derrumba
víctima de sus propias contradicciones?”
Veamos.
Que
el capitalismo tenga los días contados no significa que vaya a dar
paso automáticamente al socialismo.
Lo único que significa es que no puede sobrevivir. Rosa Luxemburg lo
expresó con un aforismo muy popular: “Socialismo o barbarie”.
Pero hay que entenderlo. Lo que hay ahora no es barbarie. La
barbarie es a donde nos conduce el capitalismo si no lo sustituimos
por el socialismo.
“Barbarie”
no es otro nombre para un capitalismo muy avanzado, libre de crisis
pero, por ejemplo, dictatorial, totalitario. “Barbarie” no es un
régimen político fascista pero con capitalismo desarrollado
funcionando. No, “barbarie” significa un retroceso enorme, la
pérdida de los logros de la civilización no sólo para la mayoría
de la población sino seguramente para la totalidad de la sociedad.
“Barbarie”
significa que como el capitalismo no es capaz de sobrellevar las
fuerzas productivas que ha desarrollado, en lugar de superarse a sí
mismo lo que hará es destruir esas fuerzas productivas y retrotraer
a la sociedad a la Edad Media, si no a la de Piedra.
La
lucha por el socialismo es por lo tanto la lucha por la supervivencia
de la civilización,
día a día más incompatible con el capital. Pero la
lucha por el socialismo es una lucha consciente.
Es imposible llegar al socialismo “sin querer”. La lucha de la
clase trabajadora espontáneamente va en el sentido del socialismo
pero no se convierte espontáneamente en lucha socialista. El
capitalismo se transformará en barbarie por sí mismo, no como un
plan de los capitalistas. Pero no
puede convertirse en socialismo si la clase trabajadora no lleva a
cabo esta transformación desde el poder.
Y esto, que
es el contenido de la revolución socialista, es imposible
si previamente no se ha librado de las ilusiones ideológicas,
incluyendo las “democráticas”, si
su conciencia no se ha vuelto socialista.
Que la clase trabajadora se eleve al nivel de su misión histórica
es por tanto la clave de bóveda de un futuro vivible y por lo tanto
el contenido de la actividad de toda fuerza política que se plantee
como tarea superar al capitalismo en busca de una sociedad nueva, más
justa, mejor.
A
modo de conclusión
Para
comprender la crisis económica concreta que vivimos en España, no
negamos la importancia que tuvo la ley del suelo de Aznar, ni la
burbuja inmobiliaria que sufrió este país bajo Aznar-Zapatero y que
tenía que estallar tarde o temprano. Tampoco negamos la influencia
de la superestructura institucional que representa la existencia del
euro y el Banco Central Europeo, sobre economías nacionales
totalmente diversas, que produce una rigidez que acaba agravando la
crisis. Es imposible analizar la crisis concreta que vive España sin
tomar en cuenta estos factores. Pero nos parece que esto está
subordinado a comprender la crisis
española en el contexto de la crisis del capitalismo mundial desde
2007, que tiene manifestaciones distintas en distintos países pero
que es una y la misma.
Cuando uno lo hace así, se da cuenta de lo inútiles para salir de
la crisis que son programas como “proceso constituyente”, “salida
del euro” o “más gasto público, más pensiones y subsidios de
desempleo, para reactivar la economía”. Todas estas son
reivindicaciones válidas, útiles desde el punto de vista
proletario, pero no un programa para salir de la crisis sino para
preparar el derrocamiento del capitalismo. El
problema no es español ni político, es mundial y sistémico.
¿Cuál
es la perspectiva? Inevitablemente, si no ahora, pronto, los recortes
se harán sentir. Aunque hayan tenido un efecto inmediato depresor
sobre la economía española (como sobre la portuguesa, griega, etc),
inevitablemente acabarán por hacerse notar al aumentar la masa de
beneficios. Una
pequeña “recuperación” de la actividad económica es
inevitable,
aunque no es de esperar que alivie mucho el problema del paro. Sin
embargo, a
medio plazo lo más probable es que venga otro envite de la crisis,
éste aún peor que el anterior.
No sólo volverá a tumbar a los países imperialistas más débiles,
los “rescatados” sino que con toda probabilidad se llevará por
delante a una potencia imperialista. Francia tiene muchas papeletas
para esto. No sólo eso, los llamados BRICK (Brasil, Rusia, India,
China, Corea, añadiríamos Méjico y Argentina), que los países
capitalistas no imperialistas que están sobrellevando la crisis,
podrían ser los próximos en caer. EEUU se ha ido recuperando, pero
con muletas, el gasto público de Obama, que tienen los días
contados. Es imposible saber por dónde reventará la próxima vez.
Pero podemos
estar seguro de que sucederá porque, insistimos, los problemas de
fondo del capitalismo, que tienen que ver con el aumento de su
rentabilidad hasta un nivel que permita reanudar la acumulación, no
están resueltos.
Entonces,
la
perspectiva es que los gobiernos van a profundizar sus ataques. La
tarea inmediata va a seguir siendo la de la resistencia contra los
recortes y los retrocesos sociales.
La clase trabajadora no puede permitir ni más aumento del paro ni
más bajadas de salario directo, ni más recortes en sus servicios
sociales (salud, educación, etc). Una clase trabajadora reducida a
la miseria no puede proponerse nuevas metas. Por eso, la
lucha por mantener las conquistas sociales es vital. Pero lejos de
ser un programa, este mantenimiento exige una alternativa política y
económica general, que las pueda sostener.
La existencia del capitalismo va a revelarse día a día incompatible
con un nivel de vida de las masas que no sea el de la mera
supervivencia fisiológica. Por eso cada vez más, el difundir
ilusiones en las masas sobre la posibilidad de mejorar su situación
dentro del marco del capitalismo deja de ser un “error reformista”
y se convierte en otra forma de apoyar el mantenimiento del sistema.
Y por eso también cada
vez más es urgente que el movimiento obrero y de masas se rearme con
un programa anticapitalista.
Esa es la tarea a la que humildemente queremos aportar.
Grupo
de Comunistas Internacionalistas, 8 abril 2014
No hay comentarios:
Publicar un comentario