¡viva
Trotsky!
El
pasado 20 de agosto se cumplió el 75 aniversario del fatal atentado
que segó la vida de Leon Trotsky.
En
medio de la orgía de masacres que marcó la época - “era
medianoche en el siglo”-: el “gran terror” stalinista en la
URSS, las masacres nazis que desembocaron en el Holocausto, la
Segunda Guerra Mundial... el asesinato de Trotsky palidece, parece un
acontecimiento puntual y sin importancia. Un revolucionario
solitario, aislado en un agujero después de vagar de país en país
buscando refugio, con apenas un puñado de seguidores, que ya sabía
que sus días estaban contados, por atentado o por enfermedad,
diríase más el argumento de una obra artística que un hecho con
importancia política histórica.
Pero
no es así. Trotsky fue finalmente alcanzado al segundo intento por
la larga mano de Stalin, que había asesinado ya a varios de sus
colaboradores en distintos países y a casi toda su familia. Pero no
sólo eso, en la propia URSS, Stalin había desencadenado una ola
de terror en la que todo el mundo se denunciaba mutuamente, en la
que no sólo millones de personas fueron deportadas a campos de
trabajo por delitos imaginarios sino que centenares de miles
fueron ejecutadas tras juicios de quince minutos acusadas de
enormidades sin pruebas. Todo supuestamente para perseguir una
todopoderosa organización clandestina de saboteadores y espías que
estaría acaudillada por Trotsky.
Pero
era el mismo momento en que el embajador francés Coulondre, en una
entrevista con Hitler, intentando evitar la guerra, queriendo
asustarle con el peligro de la revolución, le comentó que si no
había pensado que si comienza una nueva guerra mundial, al final
el vencedor podría ser... Trotsky, como Lenin lo fue de la
primera. Era el mismo momento en que todos
los países del mundo menos uno le negaban asilo político a Trotsky,
empezando por los Estados Unidos, que le negó incluso la entrada
temporal que solicitó para hablar en un mitin. ¡Tanto le temían,
como si fuera un bacilo que él sólo pudiera infectar de revolución
un país!
Era
el momento en el que Stalin rechazaba la revolución proletaria,
primero para abrazar la democracia burguesa vía el “frente
popular” y luego aliándose con Hitler (después
de haber impulsado una línea sectaria criminal que facilitó la
llegada de los nazis al poder). Era el momento en el que
Stalin exterminaba a todos los “viejos bolcheviques” que
realizaron la revolución de Octubre, consolidando el poder
omnímodo de una burocracia privilegiada alejada por completo de
las masas, el momento en el que realizaba estos objetivos
contrarrevolucionarios usando un Terror no visto antes en la
historia, Y en ese preciso momento, su bestia negra era Trotsky. Pero
para los países imperialistas, Trotsky era también la bestia negra,
porque su nombre era sinónimo de revolución proletaria.
Por
eso no es casualidad que el único
país del mundo que le diera asilo fue el México de Lázaro
Cárdenas, en el mismo momento en que el general nacionalizaba
el petróleo arrebatándoselo a las multinacionales inglesas,
completaba la reforma agraria y sobre todo ayudaba, además gratis, a
la república española contra Franco.
El
asesinato de Trotsky simboliza el momento más negro del siglo,
cuando el terror y la guerra amenazaban con engullir a la humanidad.
Pero el mensaje de Trotsky era que
eso era temporal, que era inevitable que la revolución volviera a
levantar cabeza.
El
objetivo de esta hoja no es hacer un resumen de la vida ni de la obra
de Trotsky; no nos alcanza el espacio. No porque pensemos que no
haga falta. Por el contrario, el
desconocimiento de la vanguardia sobre la vida y obra de Trotsky es
uno de los más poderosos factores del atraso político que arrastra.
No, nuestro objetivo es exponer qué nos parece vivo y
recuperable en su legado. Que es tanto como explicar los problemas
y los desafíos del comunismo para el siglo XXI.
TROTSKY,
INSEPARABLE DE LA REVOLUCIÓN RUSA
Si
alguien que no ha oído nunca su nombre, o lo ha oído de una fuente
poco fiable -académica, stalinista o populista-, preguntase, ¿quien
fue Trotsky? ¿qué hizo?, la respuesta comenzaría: hizo la
revolución rusa. Fue el organizador de la insurrección de
Octubre, fue el jefe del ejército rojo, fue segundo sólo con
respecto a Lenin.
Pero
aquí empieza el problema. Porque hoy día la revolución rusa no
tiene buena fama. El derrumbe del stalinismo ha hecho que la mayor
parte de la izquierda de todos los matices -incluyendo muchos que
afirman ser “revolucionarios”- han interiorizado la idea del “fin
de la historia” de Fukuyama. La Revolución Rusa no es el
comienzo del futuro sino una anomalía del pasado. El historiador
británico, recientemente fallecido, Eric Hobsbawn es un ejemplo que
simboliza toda esta tendencia. Este ex-miembro del Partido Comunista
lo explicaba así: Hemos vivido el “corto siglo XX” que empezó
en 1917 con la revolución de Octubre y la promesa del comunismo y
acabó en 1991, con el estallido de la URSS que desmintió
definitivamente esa promesa. Hay que tener respeto por los que se la
creyeron y no criticarlos retrospectivamente, dice Hobsbawn, pero hay
que comprender que eso se acabó. Los pocos que no lo comprenden no
sólo se aferran a ilusiones de juventud, sino que embellecen algunos
de los peores crímenes de la historia.
De
este modo, sectores enormes de la izquierda “comunista”,
“revolucionaria” desde 1989-91 se han pasado a la posición
burguesa (y socialdemócrata) tradicional: creen que la revolución
rusa fue un error desde el principio.
La
clave de la posición burguesa “el comunismo ha muerto” es poner
un signo igual entre lo que comenzó en 1917 y lo que estalló en
1991. Pero esto es falso. En 1917 la clase trabajadora tomó
el poder por segunda vez en la historia (la primera fue la
Commune de París de 1871). En medio de dificultades inenarrables,
empalmando una guerra mundial con una guerra civil, la clase
obrera constituyó su estado, la dictadura del proletariado, con el
objetivo de comenzar la construcción del socialismo.
La
revolución rusa fue realmente rusa, comenzó resolviendo
problemas rusos, acabando con el latifundismo y el medievalismo,
liberando a las nacionalidades oprimidas, sacando al país de la
carnicería mundial. Pero la revolución rusa, objetivamente
pero también especialmente en la conciencia de sus dirigentes, los
bolcheviques, también fue el primer paso de la revolución
mundial. Porque la revolución socialista rusa no era el producto
de la maduración de las contradicciones del capitalismo ruso; la
revolución socialista mundial es el producto de las contradicciones
del capitalismo global, pero su primer episodio victorioso se produjo
en el “eslabón más débil” de la cadena, donde la
situación era más tensa, en Rusia. Ni
se puede comprender la revolución rusa desde Rusia ni su objetivo
era construir el socialismo en Rusia. Esta concepción de la
revolución, aunque hoy nunca se escuche de boca de los que se ponen
chapitas o pegatinas con su cara, era la de Lenin. Pero
también era la de Trotsky, y a ella se aferró cuando la
degeneración burocrática de la revolución las sustituyó por el
nacionalismo de la “construcción del socialismo en un sólo país”.
Por eso, desde el mismo momento del triunfo, en realidad desde varios
años antes, los bolcheviques se empeñaron en construir la
Tercera Internacional, la
Internacional Comunista o Comintern, con el objetivo de
dirigir la revolución mundial.
Monótonamente,
todas las variantes del reformismo y el centrismo levantan las mismas
dos objeciones contra los
bolcheviques y la revolución de Octubre. Dicen que la
revolución instauró una tiranía desde el principio y que se basaba
en una fantasía, el comienzo de la revolución mundial.
Dicen
que lejos de ser un ejemplo de democracia obrera superior a la
burguesa, el reino de la autoemancipación de los trabajadores, la
liberación de las estrecheces materiales, la dictadura del
proletariado de Lenin y Trotsky fue un régimen represivo,
autoritario y sacudido por la escasez. En realidad, los
bolcheviques llegaron al poder aupados en los “soviets”, los
consejos de diputados obreros, soldados y campesinos, la forma de
democracia más profunda hasta la fecha. Pero, no se elige el
momento ni el lugar en el que el proletariado puede tomar el poder. Y
no puede decir simplemente “gracias, no fumo” cuando se da la
situación propicia porque el precio de perder la oportunidad suele
ser mortal, décadas de dictadura reaccionaria (Hitler, Franco,
Pinochet...). Rusia se desangraba por tres años de guerra, que se
continuaron con la intervención de hasta 11 ejércitos extranjeros
durante la guerra civil. Por eso la
Rusia Soviética nunca pudo dejar de ser un “campamento asediado”
incluso en 1920 cuando la guerra civil acabó. Por eso
nunca pudo ser una democracia obrera soviética modelo. Pero
lo que es perdurable es el poder de los consejos obreros, lo que es
coyuntural y contingente son las limitaciones a la democracia obrera
que impuso una situación excepcional, que no tiene porqué repetirse
en próximas revoluciones proletarias.
Y
en segundo lugar, dicen que la revolución rusa fue una apuesta
muy arriesgada: en un
país de desarrollo capitalista tan atrasado, con una clase obrera
tan minoritaria, la toma del poder por el proletariado sólo
podría ser estable mediante la ayuda exterior, de otras revoluciones
socialistas triunfantes en países más avanzados. Pero
esto no ocurrió ni podía ocurrir, porque como los
trabajadores de otros países no estaban en situación tan
desesperada como los rusos, sus esfuerzos revolucionarios al final de
la Iª Guerra Mundial fueron débiles e insuficientes.
Es
cierto que la perspectiva de Lenin, no sólo de Trotsky, era la de
que el triunfo de la revolución internacional, antes que
todo en Alemania, ayudaría a la Rusia soviética. Por eso todas
las medidas duras que se tomaban en Rusia, prohibir periódicos y
partidos, la Cheka, etc, eran consideradas “excepcionales”,
medidas temporales, que se suspenderían en cuanto triunfasen otras
revoluciones. Éstas no triunfaron, es cierto. Pero no fue por
falta de oportunidades. Una oleada revolucionaria se extendió
por el mundo, especialmente en Europa, al final de la Guerra. En
España tuvimos el “trienio bolchevique” y la huelga general de
1917. Si todas las revoluciones fueron fracasadas como revoluciones
socialistas (aunque unas cuantas cabezas coronadas cayeron, empezando
por el káiser alemán y el emperador austrohúngaro) no fue por
falta de movilización obrera sino por falta de partido
revolucionario. El historiador español José Andrés-Gallego,
miembro del Opus Dei, tiene un interesante trabajo de 1979, que fue
premiado, en el que demuestra que hubo una oleada espontánea de
movilizaciones obreras inmensas en toda Europa entre 1917 y 1919: esa
oleada derribó regímenes pero no llegó al poder de los
trabajadores más que en Rusia (en 1919 los trabajadores llegaron al
poder en Hungría y Baviera, pero sólo por 6 meses y un mes
respectivamente). Es decir, que cuando los bolcheviques fundan la
Internacional Comunista en 1919 ya iban con retraso, el
movimiento ya había comenzado el reflujo a pesar de los éxitos
espectaculares de la Comintern durante sus primeros cuatro años.
El
fracaso de las revoluciones proletarias en Europa en 1917-23 fue
debido a la ausencia de partidos verdaderamente comunistas, similares
a los bolcheviques rusos, en estos países. Así de claro.
Esto no es una racionalización a posteriori. Fue así como Lenin y
la Comintern lo vieron en su momento. Ya Marx había declarado en la
conferencia de Londres de la AIT que el fracaso de la Commune tenía
como una de sus causas la falta de un partido obrero revolucionario.
Pero hubo que esperar a Lenin para desarrollar en sus detalles la
cuestión teórica del papel clave del factor subjetivo, la
dirección de la clase trabajadora, el partido revolucionario para el
triunfo de la revolución proletaria. Lenin pasó a la
historia como el codificador de la teoría del partido revolucionario
de vanguardia. Pero Trotsky (que inicialmente se opuso y no
comprendió esta teoría) fue su gran continuador, el que nos ha
legado esta valiosa lección de 1917-23 que no ha hecho más que
confirmarse con los acontecimientos posteriores.
LA
DEGENERACIÓN DE LA URSS Y LA COMINTERN
Pero
el hecho es que la Comintern no
pudo desarrollar los nuevos partidos revolucionarios a tiempo, las
situaciones revolucionarias se desaprovecharon, el capitalismo se
consolidó. Las restricciones temporales a la democracia obrera en
Rusia se convirtieron en permanentes, las deformaciones burocráticas
se extendieron hasta convertirse en una degeneración burocrática
completa. Una nueva capa social privilegiada, la burocracia
surgida de las entrañas de los obreros y campesinos y también de
los restos de la burocracia zarista y las antiguas clases poseedoras,
se elevó sobre el pueblo trabajador, monopolizando el poder
político y usándolo para asegurarse privilegios económicos.
Sobre la base de las conquistas de la revolución proletaria, la
nacionalización de la propiedad burguesa, planificada y defendida
por el monopolio del comercio exterior se elevaba una nueva élite
opresora. La política exterior de la URSS no pudo salir indemne de
este cambio, de buscar la revolución mundial pasó a buscar un
acomodo con la burguesía. La Internacional Comunista, debilitada
por el reflujo de la revolución, se iba transformando en un
apéndice de la diplomacia
soviética. Los zig zag de la política
burocrática fueron poco a poco en el sentido de la dictadura
personal de Stalin con sus aspectos bizantinos de adoración
al líder, sus catástrofes económicas (colectivización
forzada que dio lugar a una hambruna en la que perecieron millones,
plan quinquenal “en cuatro años”, etc) y políticas, cuando
las “purgas” intermitentes se transformaron en una oleada de
terror en 1937-8 que significó la ejecución de
cientos de miles, el envío a campos de concentración a millones, la
decapitación del ejército rojo y el exterminio de la vieja
generación bolchevique en juicios-farsa. La bandera seguía siendo
roja, se seguía cantando la Internacional, la hoz y el martillo
estaban por todas partes, pero Lenin era de piedra o una momia. La
continuidad superficial apenas disimula la radical discontinuidad. El
stalinismo significaba la muerte del bolchevismo. La confusión
entre ambos sólo servía para convertir a los revolucionarios de
buena fe en cómplices del tirano de y la nueva capa privilegiada.
Pero
hubo quien se resistió. Decíamos que a la pregunta ¿quién era
Trotsky? Responderíamos que uno de los fundadores de la revolución
rusa. Añadimos: también el que la defendió en cuanto ésta
comenzó a degenerar. Cada paso
adelante de la degeneración del Partido Comunista y la URSS se chocó
con la resistencia de la Oposición de Izquierdas, los
Bolcheviques-Leninistas, o como al final se los acabó conociendo,
los trotskystas. Desde 1923, la Oposición criticó los zig-zag, las
burocratadas, las traiciones de la fracción stalinista. Por eso fue
calumniada, se intentó impedir que su voz llegase a la afiliación
bolchevique, sus líderes fueron expulsados del partido, finalmente
en 1927 la Oposición Unificada completa fue expulsada y sus
militantes despedidos de sus empleos y deportados. Trotsky fue
primero deportado a Asia Central y luego expulsado del país.
Incluso
en el exilio, Trotsky se convirtió en el nexo vivo con el pasado
de la revolución. Organizó la Oposición de Izquierdas
Internacional que, cuando quedó claro que no era posible
regenerar al Partido Comunista soviético y la Comintern, se
transformó en IVª Internacional. Por eso Stalin no paró
hasta asesinarlo. Por eso en 1937 había gente a la que condenaban
por trotskysmo y morían ejecutados gritando “viva Trotsky” a
pesar de no haber tenido ningún contacto con la organización
trotskysta. Porque no había otra alternativa: o
el comunismo era Stalin, las ejecuciones en masa y el campo
de concentración junto con el “frente popular” contra el
fascismo pero no por el socialismo, o
el comunismo era Trotsky, la lucha contra el capitalismo y
el imperialismo a escala
mundial, contra los privilegios y el control burocrático,
por abolir el trabajo asalariado y toda explotación y opresión.
Por
eso la confusión entre leninismo y stalinismo, decir que “todo es
comunismo” no es exclusiva de los stalinistas. Es
el santo y seña de todos los historiadores reaccionarios,
anticomunistas, que en los últimos años proliferan, no sólo
en Estados Unidos y Gran Bretaña sino también en Rusia. Todos los
Pipes, los Malia, los Figes, los Kotkin, los Sebag Montefiore, los
Volkogónov, los Felshtinsky, los Service, rellenan páginas y tomos
enteros, cribando cuidadosamente las fuentes, para apoyar esta
conclusión. Y como no podría ser de otra manera, acaban
en muchos casos apoyando las falsificaciones stalinistas. Uno
de los más despreciables, Service, escribe una biografía de Stalin
en la que lo llena de elogios y luego escribe una “biografía” de
Trotsky dedicada a denigrarle porque como explicó su autor: “el
piolet del asesino dejó cierta vida en Trotsky. Espero que mi libro
acabe con ella”. Un libro que le ha valido al autor no poder
entrar en la asociación norteamericana de historiadores al haberse
revelado (por el trotskysta norteamericano David North) que su libro
es un barullo de inexactitudes y abiertas falsedades.
UNA
TRAYECTORIA INTACHABLE
Trotsky
sufrió la campaña de calumnias más grande que se haya visto en
el siglo XX, que no fue escaso en ellas. A Trotsky, uno de los
pilares de la revolución de Octubre, le acusaron de espía
imperialista (la acusación cambiaba conforme lo hacía la política
exterior soviética, primero era inglés y luego alemán). Miles
de personas fueron ejecutadas supuestamente por organizar “acciones
terroristas” según sus instrucciones, con el objetivo de restaurar
el capitalismo en la URSS. La campaña no sólo consistía en
libros y artículos diseminados en todo el planeta por los partidos
comunistas y los “compañeros de viaje”. La campaña incluyó la
ejecución en masa en 1937-8 de la totalidad de los acusados
específicamente de trotskysmo, que
habían sido concentrados en el campo de Vorkuta. La
campaña incluyó asesinatos en el extranjero, en la España
revolucionaria, en Francia, en Suiza y finalmente en México, hasta
donde llegó la mano asesina de Moscú para acabar con el propio
Trotsky.
Es
vergonzoso, aunque difícilmente sorprendente, que las posibilidades
que abre Internet hayan dado más visibilidad a la franja friki del
stalinismo que ¡en 2015! sigue pretendiendo que había algo de
verdad en los juicios de Moscú. Pero lo más revelador es que esa es
prácticamente la versión oficial que defiende, incluso en los
textos escolares, el gobierno burgués, imperialista semidictatorial
de Putin en la Rusia actual, lo que dice mucho de la función real de
la mentira.
Hoy
todo el mundo sabe que el reino de Stalin fue el del terror, el
asesinato masivo, la hambruna y la ineficiencia burocrática.
Pero también todo el mundo sabe que
los juicios show que montó para usar como chivo expiatorio a toda la
oposición y ex-oposición bolchevique se basaron en la mentira, como
todo el régimen. Al mismo tiempo, frente a los que tiran al
niño con el agua sucia, hay que recordar que la URSS pasó de ser
un país atrasado a una gran potencia industrial y tecnológica
(carrera del espacio), que venció al nazismo en la II Guerra
Mundial; y que todo esto no se hizo gracias a Stalin sino a
pesar de Stalin y sus errores y monstruosidades que a punto
estuvieron de echar a pique todo. Los logros son el resultado de
la revolución de Octubre, que permanece como el mayor
acontecimiento revolucionario de la historia y un faro apuntando al
futuro. Comprender esto también es el legado de Trotsky. Porque
demostró que, frente a stalinistas y anticomunistas, el
horror totalitario no sólo no era la continuación sino la negación
del leninismo y el comunismo. Que era posible oponerse al horror
burocrático sin con ello caer en el embellecimiento de la democracia
burguesa, que era posible luchar contra el capitalismo y el
imperialismo sin por ello convertirse en el auxiliar de una nueva
capa opresora. Demostró que no hay política revolucionaria que no
sea internacional, que no se puede avanzar al socialismo sin
democracia obrera. Trotsky salvó el marxismo de su
degeneración.
LA
VIDA ES BELLA
“La
vida es bella. Que las futuras generaciones la libren de todo mal,
opresión y violencia y la disfruten plenamente“. Leemos en la
hoja (“testamento”) que Trotsky dejó escrita en
marzo de 1940 por si los dolores que le producía su enfermedad le
obligaban a suicidarse, o bien si el asesino stalinista se
adelantaba. Sí, aunque Roberto Benigni no es precisamente un
revolucionario, decidió titular así su película en la que la
esperanza se impone sobre el horror del holocausto nazi porque cuando
buscaba documentación este texto llegó a sus manos y le impresionó.
Como a tantos.
La
vida de Trotsky, no sólo sus escritos, siguen siendo una poderosa
fuente de inspiración para todos aquellos y aquellas que sienten
la necesidad de levantarse y luchar contra un
orden injusto e irracional, que produce miseria, hambre y guerras,
que destruye la naturaleza y con eso pone en peligro a las
generaciones futuras, y hace todo eso cuando los avances
científicos y tecnológicos, usados en otro contexto social,
permitirían resolver todos esos problemas para dar una vida plena a
la humanidad.
Su
vida fue siempre paralela a los altibajos de la clase trabajadora.
Cuando la clase trabajadora estaba aplastada, explotada, Trotsky
vivía una vida clandestina, deportado en Siberia o en el exilio.
Cuando las masas se levantan ahí está Trotsky, presidente del
soviet obrero de Petersburgo en 1905 y luego en 1917. Cuando las
masas triunfan y establecen su propio poder, Trotsky está
organizando la insurrección (1917) y a la cabeza del Ejército Rojo
(1918). Conforme se va desarrollando una capa privilegiada sobre los
hombros obreros y campesinos, Trotsky comienza a caer. Sale del
gobierno (1925), del Buró Político, es expulsado del partido
(1927), exiliado a Asia Central (1928). Después es expulsado de la
URSS (1929), deportado a Turquía y despojado de su nacionalidad
soviética (1932). De Turquía Trotsky pasa a una vida clandestina en
Francia (1933), después a Noruega (1935, donde lo someten a arresto
domiciliario), finalmente a México (1937) donde es asesinado por un
sicario de Stalin (1940). Todo esto sobre el telón de fondo de las
sucesivas derrotas de la revolución alemana (1923), la huelga
general británica (1926), la segunda revolución china (1927) y la
Oposición Unificada rusa (1927). Después comienza la Gran Depresión
y el paro se adueña del mundo (1929), Stalin lanza la
colectivización forzosa en respuesta al desafío de los kulaks, con
el resultado de la muerte por hambre de millones (1932), Hitler llega
al poder (1933), Franco se insurrecciona (1936), el terror se desata
en la URSS (1937), Franco triunfa y comienza la Segunda Guerra
Mundial (1939)...
Después
de haber estado en la cima del poder y haber gozado de popularidad de
masas, Trotsky se veía perseguido, calumniado y todos sus familiares
iba muriendo uno a uno, mientras se sucedían los “éxitos” del
stalinismo y el fascismo sobre las espaldas de las revoluciones
derrotadas. ¿Su vida era una tragedia? Eso le dijo el poeta peruano
Juan Luis Velázquez, cuando le visitó en México. Y Trotsky le
respondió que no había tragedia
alguna en pasar de la clandestinidad al poder y de ahí de nuevo a la
clandestinidad, porque todos esos altibajos de su vida
personal eran el reflejo de la fidelidad al unas ideas y a una clase,
el reflejo de la trayectoria de esa misma clase.
La tragedia, añadía, era la de gentes como Zinóviev y Kámenev,
que primero colaboraron con Stalin, luego rompieron con él, luego
mintieron y se “reconciliaron” sólo para acabar ejecutados
después de haberse deshonrado ellos mismos. Porque para Trotsky,
toda esta cadena de desastres y
calamidades tendría un final. Las masas acabarían levantándose y
cambiando la marea. En 1943, cuando los nazis fueron
derrotados por primera vez en Stalingrado y en Italia estallaba la
revolución proletaria derribando al fascismo, comenzó el ascenso.
Entre
ciertos activistas, los que a veces se conocen como “adanistas”,
que ni saben que hubo mucho mundo antes del 15M, Trotsky es visto
como alguien “antiguo”, parte de la “vieja izquierda”. En
realidad, Trotsky es mucho más contemporáneo de lo que se imaginan.
Por eso, a la vez que se preocupaba de la estrategia militar, o
discutía las medidas económicas, o debatía las tácticas a seguir
por los comunistas en Francia o China, se reunía con activistas para
descubrir cómo estaban cambiando las relaciones en la familia, entre
padres e hijos, cómo cambiaba la situación de la mujer, cómo
avanzaba la educación o cambiaba la mentalidad. Porque el comunismo
para Trotsky no es un programa “obrerista” ni corporativo. Es
la alternativa para salir de la prehistoria y comenzar la historia
verdaderamente humana.
LA
CUARTA INTERNACIONAL
Trotsky,
el organizador de la insurrección de Octubre, el cofundador de la
Internacional Comunista, pensaba sin embargo, que no eran esas las
tareas más importantes de su vida. Pensaba que hubiera sido
sustituible para cualquiera de las dos. Pero no lo era para la más
importante: salvar al marxismo de la doble degeneración
socialdemócrata y stalinista, y legarlo a la vanguardia
revolucionaria para que se
integre con el inevitable levantamiento futuro de las masas obreras.
Esa era la tarea que tenía la IVª Internacional que fundó. A
diferencia de las tres anteriores, que se fundaron en períodos de
ascenso del movimiento obrero, la IVª se fundó en 1938, en el
momento más negro del siglo. No se fundó en medio de entusiastas
reuniones de organizaciones que florecían, sino en reuniones
secretas a las que asiste gente perseguida por todas las policías.
Pero era necesario. La IVª Internacional se fundaba en el momento en
que la IIª y IIIª Internacionales, a las que se les había unido el
anarquismo de CNT-FAI y el centrismo del POUM, acababan de
estrangular la revolución española. Era mucho lo que había en
juego.
Desde
luego, visto en retrospectiva, la IVª Internacional no cumplió
con sus expectativas. El mundo tras la Segunda Guerra Mundial
resultó bastante distinto a lo previsto. El boom de la economía
capitalista y la extensión de las formas de propiedad estatales y
los regímenes políticos stalinistas a gran parte del mundo, a
caballo del Ejército Rojo pero también de revoluciones genuinas,
planteaban enormes desafíos teóricos y políticos. La IVª
Internacional, perseguida por todos los bandos de la guerra, sale de
ella sacudida, herida y dividida. La enorme presión exterior, sobre
todo del stalinismo, produjo el surgimiento de corrientes
revisionistas en su seno, de las que el pablismo fue la más
peligrosa, porque rompió la Internacional. No es este el
lugar donde podemos desarrollar nuestra opinión sobre el lamentable
estado que muestra el trotskysmo en 2015 así como qué deberíamos
hacer para remediarlo. Pero sí para afirmar rotundamente que en lo
fundamental, el programa de Trotsky sigue siendo correcto, que
los problemas posteriores son más achacables a la dirección
inexperta (debido al asesinato en masa de los revolucionarios
experimentados en los años 30 y 40) y las presiones externas que a
la inadecuación del programa. Eso no significa que no haya cosas que
tengamos que actualizar, adaptar o cambiar, pero no lo fundamental.
Por eso, el Grupo de Comunistas
Internacionalistas continuamos inscribiendo en nuestra
bandera la lucha por reconstruir la IVª Internacional y no
cualquier cosa, sin número o la “quinta”.
Nosotros
tenemos reparos a varias posiciones de Trotsky. Las vamos a ir
detallando en próximos números de estas hojas. Es que para nosotros
nadie es perfecto, ni Lenin ni Marx, no aceptamos el principio de
autoridad. Pero hay que tener sentido de las proporciones. Lo
fundamental es que en el 75 aniversario de su asesinato, Trotsky
vive.
¡Viva
Trotsky!
Grupo
de Comunistas Internacionalistas 6 IX 2015
No hay comentarios:
Publicar un comentario