CRISIS ECONÓMICA: NO HAY SALIDA SIN ACABAR CON EL CAPITALISMO
Este 15 de octubre están convocadas en muchas ciudades del Estado Español y del mundo manifestaciones para protestar contra las medidas que los distintos gobiernos están aplicando para salir de la crisis. Las convocan los “indignados”, cuyo movimiento aspira a que sean un éxito tal que el “15” de su nombre a partir de ahora se refiera tanto a octubre como al mayo que vio su nacimiento. El lema de la jornada es “For Global Change” (por el cambio mundial).
La crisis ha llegado para quedarse
La crisis mundial que se desencadenó a partir del pánico financiero de 2007 desatado por la debacle de las hipotecas subprime en los Estados Unidos no se ha acabado. Aunque los organismos internacionales digan que ha habido una recuperación desde 2010 que está ahora en “peligro”, el hecho es que en ningún sitio se recuperó el empleo durante esa “recuperación”. Cuando ahora hablan de la posibilidad de una nueva recesión que se evitaría si se hiciera esto o aquello, están confesando que saben que no hemos salido de la crisis.
Es que no estamos hablando de una crisis cíclica más. Estamos hablando de una crisis que afecta al conjunto del sistema, porque el capitalismo se acerca a su límite histórico. Estamos hablando de la situación en la que el capitalismo es incapaz de manejar las fuerzas productivas que ha desatado, que necesita extender la destrucción para recuperar su razón de ser, la rentabilidad.
Es por eso que siguen empeñados en que los trabajadores paguemos la crisis. En esto hay unanimidad en la clase capitalista mundial. No es momento de permitirse “gastos innecesarios” que se detraen de la acumulación y los beneficios. Cuando los gobiernos del mundo, instados a ello por las patronales y los “mercados”, se dedican a recortar brutalmente los gastos públicos en bienestar social (salud, educación, etc.), y los salarios de los empleados públicos, a precarizar al conjunto del empleo, incluso a riesgo de agravar la crisis de mercados, no lo hacen porque les “ciegue” la codicia. Ellos hacen lo correcto desde su punto de vista, el de salvar al capitalismo, que necesita recuperar su rentabilidad.
Por eso la clase trabajadora no podemos caer en su juego. No discutimos con ellos “dónde” habría que recortar, porque negamos la mayor. La causa de la crisis no está en el excesivo gasto público sino en la insuficiencia de la explotación para recuperar el beneficio. Si uno quiere salvar al capitalismo, tendrá que aumentar la explotación. Pero si uno no quiere estar explotado, ¡tendrá que romper con el capitalismo! Así es como está planteada la cuestión.
Elecciones generalísimas y reforma de la Constitución a gusto de los especuladores
En España, el recrudecimiento de la crisis ha trastocado el plan original de Zapatero. Él pensaba seguir aplicando reforma tras reforma contra los trabajadores y las capas populares hasta haber hecho todo el trabajo sucio y entonces entregar el traje de faena al hasta ese momento “limpio” Rajoy. Porque Zapatero quería que la “historia” (escrita por los que mandan) le reconozca a posteriori que hizo lo necesario para “el país” (entiéndase, para la burguesía). Sin embargo, algo pasó. El 29 de julio anunció la convocatoria de elecciones anticipadas para el 20 N. Y luego, el 23 de agosto, anunció un cambio exprés de la Constitución, para poner un límite al gasto público que tranquilice a los “mercados”.
Sorpresa, el PP, que hasta ahora se abstenía ante las medidas del gobierno apoyadas por la patronal que ellos en silencio apoyaban, salió a apoyar al gobierno. La carta, aún secreta, del Banco Central Europeo al gobierno, con copia a Rajoy, del 5 de agosto, amenazando con “rescatar” a España es la explicación de este consenso. PSOE y PP se juntaron para cambiar la Constitución que hasta ahora agitaban como un fetiche intangible ante el pueblo. En la Constitución no caben aspiraciones populares como la autodeterminación, pero sí las de los especuladores como que se le de prioridad al pago de los intereses de los títulos de deuda que poseen.
La clase trabajadora debemos oponernos a esta reforma de la Constitución. No porque la consideremos un ataque a la Constitución como “símbolo del consenso entre españoles” como vergonzosamente dice DRY de Madrid. Sino porque, aunque ésta no es nuestra Constitución, el límite del gasto es excusa para los recortes actuales y futuros.
A pesar de participar en el enjuague, el PP está saliendo de rositas. La estrategia de Rajoy, no decir nada salvo “depende” hasta después de su inminente y casi inevitable llegada al poder, está diseñada para ganar el apoyo de aquellos sectores que siguen creyendo que la culpa de la crisis la tienen los gobiernos y no el sistema. Que el paro es culpa de Zapatero. No tardarán en desengañarse. El problema es lo que harán cuando lo hagan, si girarán hacia la izquierda o hacia la extrema derecha.
La clase trabajadora debería tener una voz propia en las elecciones. Sin embargo, PSOE y PP se han preocupado de impedirlo. Estas elecciones son las primeras que se celebran bajo nuevas modificaciones de la ley electoral que casi imposibilitan presentarse a las fuerzas extraparlamentarias. Hay que denunciar este carácter antidemocrático del 20N, que se suma a las iniquidades de la Ley de Partidos, que sigue dejando sin representación política a un gran sector del pueblo vasco.
La limitación fundacional del “Movimiento 15 M”
El movimiento que nació a partir de las manifestaciones convocadas por “Democracia Real Ya” (DRY) el pasado mayo ha cambiado la situación del país. Lo que no hicieron las burocracias de CCOO y UGT, al cortar el camino que se abría tras la huelga general del 29-S de 2010, lo consiguió aquella jornada y las acampadas que le siguieron: poner la movilización en el centro de la escena. Desde entonces, convocadas o no por el 15 M, las calles vuelven a bullir de luchas. Las huelgas de los trabajadores de los servicios públicos como enseñanza y sanidad contra los recortes en distintas comunidades autónomas lo muestran.
Pero aunque objetivamente el M 15 M haya tenido ese efecto benéfico, desde el principio el movimiento viene arrastrando taras congénitas, debilidades que pueden acabar convirtiéndolo en completamente reaccionario:
-El movimiento denuncia constantemente a los “políticos” y a los “banqueros”, nunca a los empresarios. Implícitamente entonces, echa la culpa de la crisis a la “codicia” de los banqueros y la falta de regulación por parte de los políticos, en lugar de culpar al sistema.
-Como lógica consecuencia de lo anterior, la solución que propone no es cambiar el sistema económico, sino democratizar el sistema político. Pero, respondiendo a la base social de la dirección del movimiento, jóvenes universitarios aspirantes a llegar a una situación acomodada pero que encuentran este camino vedado por la crisis, nunca se plantea llevar la democratización hasta el final. Se habla de listas abiertas, de Ley electoral, incluso de democracia de base y asamblearia... pero no se puede mencionar ni al Rey ni a la Constitución.
-Y de esto se desprende una conclusión más: el movimiento es “apartidista” y “asindical”, hay una furia por evitar la presencia de banderas y símbolos en las movilizaciones. Sin duda, un atentado contra la libertad de expresión, pero eso no es lo fundamental. Los símbolos y banderas perseguidos son los de los sindicatos y partidos obreros, así como de la bandera republicana. Es decir, se trata de la persecucion a la expresión propia de la clase trabajadora y al símbolo de la democratización radical.
Durante todo el período que duró la acampada de Sol en Madrid (desde el 16 de mayo hasta el 12 de junio), hubo comisiones debatiendo incesantemente, como las ha habido en toda España. Cuando desde los medios de comunicación se les pedía una alternativa, los portavoces excusaban su falta con frases alusivas a la democracia de base, que no hay porqué apresurarse, la democracia es lenta, etc. Sin embargo, a estas alturas sigue sin haber nada que se parezca a una plataforma común del movimiento para todo el Estado. Y esto no es casualidad.
Es que con este planteamiento de partida, el Movimiento 15 M tiene un carácter interclasista desde el principio. Interclasista quiere decir que desde el principio, en el corazón del movimiento, hay sectores abiertamente burgueses. Sectores que no van contra el capitalismo no por atraso en la conciencia sino porque son defensores conscientes del sistema. Incluso sectores derechistas, como UpyD, “libertarios” anarco capitalistas, o los “republicanos” de García Trevijano y su “libertad constituyente”. Por eso no puede haber una plataforma común. Porque no hay nada común entre la burguesía y la clase trabajadora, porque por debajo de la ciudadanía existen las clases sociales.
la salida está en la lucha de clases
Es frecuente que se admita que no hay salida dentro del capitalismo, pero no se saquen las conclusiones tácticas necesarias. Muchos “izquierdistas” trabajan en el Movimiento 15 M pensando que si se lucha por la “democracia” el socialismo vendrá de por sí. Otros se plantean formar el “ala obrera” del movimiento.
En realidad el paso del socialismo de la utopía a la realidad se da cuando se comprende que la vía hacia una sociedad sin explotación pasa por la lucha de clases. Pero la clase trabajadora sólo puede desplegar esa lucha cuando es independiente, cuando no es el “ala”, un apéndice de movimientos dirigidos por otras clases. Se trata de que la clase trabajadora dirija al conjunto de clases y sectores populares, no que sea ella misma parte del montón dirigido por otros.
La transformación del Movimiento 15 M, pasando de basarse en las acampadas a basarse en asambleas de barrio es muy positiva. Pero es insuficiente. De lo que se trata es de expulsar a la burguesía del M 15 M. Esto es imposible sin una política consciente dentro del movimiento de los sectores que se reivindican de la clase trabajadora.
No un programa de reformas, un programa anticapitalista
Los indignados llaman a un “cambio global”, a que los “pueblos se unan”, a la democracia. Nada de eso da salida, queda en el marco burgués. La clase trabajadora debe oponer a ese programa el del fin del capitalismo. Pero, ¿cómo se concreta? Qué reivindicaciones levantar que movilicen en la dirección de romper con el capitalismo?
El conjunto del movimiento ya está levantando muchas reivindicaciones mínimas que van en la buena dirección: contra los recortes, contra los rescates, contra el pacto por el Euro, por la dación en pago, etc. Pero esto no constituye un programa anticapitalista, sino una nostalgia del “capitalismo mixto”, keynesiano. La dación en pago de la vivienda, por ejemplo, es un buen paliativero no resuelve nada. No es extraño que haya sectores burgueses y de la banca que la estén pidiendo. La dación en pago colocaría un suelo al precio de la vivienda y de ese modo detendría la caída libre de los precios. Hay que levantar todas estas reivindicaciones pero añadirles otras que la situación requiere y que van contra el corazón del capitalismo.
Pedir más control estatal sobre la banca es pedir que el zorro cuide del gallinero. Hemos sido testigos de cómo no sólo el estado sino también la banca y las empresas ocultan lo que ocurre, falsean las cuentas, etc. Y de este modo han justificado las medidas más duras contra los trabajadores. Vemos las indemnizaciones millonarias que las Cajas de Ahorros, entidades semipúblicas conceden en, a los que casi las han hundido. En lugar de pedir control del estado, lo que hay que hacer es establecer desde abajo el control por parte de los obreros y empleados (y de los usuarios cuando se trate de servicios públicos) de las empresas. Todos los libros de cuentas deben ser abiertos, el “secreto comercial” debe desaparecer porque es una conspiración empresarial a espaldas de la sociedad. El colectivo de trabajadores de cada empresa debe tener derecho a veto sobre las decisiones que les puedan afectar (despidos, etc).
En lugar de apoyar a la banca privada con fondos públicos hay que expropiar y nacionalizar la banca, los seguros y las grandes empresas, para poner esos recursos en manos del pueblo trabajador.
Las catástrofes que a diario caen sobre el pueblo trabajador no son el resultado de una “conspiración” de los poderosos, ni de una actuación irresponsable de la banca. No se pueden conjurar revelando la primera o controlando a la segunda. Son el resultado inevitable del funcionamiento del sistema capitalista, en el que la fuerza conductora de la economía es la búsqueda de beneficio, en el que todos los productos del trabajo humano, incluyendo la misma fuerza de trabajo, son mercancías que se compran y se venden, y sólo se producen si su venta va a rendir un beneficio suficiente. Son el resultado de la institución de la propiedad privada sobre los medios de producción. Dadas estas premisas, no hay otro resultado posible.
Pero de lo que se trata es de eliminar esas premisas. A principios de los 90, ante el colapso de los estados stalinistas, la burguesía mundial orgullosamente proclamó que se trataba del fin del socialismo. A partir de entonces seguirían pasando cosas, pero siempre dentro del capitalismo.
Hoy, ante la catástrofe social sin precedentes que barre el planeta entero, desde los países dependientes hasta los países imperialistas de Norteamérica, Europa y Japón, sin olvidar los países donde se ha restaurado el capitalismo, se va haciendo más claro ante las masas trabajadoras del mundo que la disyuntiva sigue siendo:
¡Socialismo o barbarie!
Grupo de Comunistas Internacionalistas
15 de octubre de 2011
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